Pienso en la adolescencia. Me hace sentir viva. O al revés, y me siento un poco muerta. Es que hablo de las esquinas, los amigos, las primeras borracheras. Hablo de esos besos interminables apoyados en un muro.
Cuando digo esquina, me refiero a un murito en particular. La calle en que yo vivía, era un callejón y no había muchos muros para parar. Sí algunas veredas pero no podías quedarte en cualquiera, había vecinos que eran muy chusmas u ortivas y nunca faltaba el que saliera con un fierro a echarte o el que te amenazara con llamar a la policía.
Ese murito de la esquina, era perfecto, era estratégico. El triunfo de una larga búsqueda. Un lugar oscuro, los vecinos no molestaban y el muro tenía la altura adecuada para cómodo sentarse. Además, había un árbol de flores rojas que cuando me ponía nerviosa, masticaba los pétalos y me tranquilizaba.
Era el frente de la casa de Iliana, una mina de mi edad a la que nunca pude sacarle la ficha. De niñas supimos jugar juntas alguna que otra vez pero para mí, siempre fue rara. Tenía ocho años y su madre le teñía el pelo de rubio, desconcertaba. Encima, lo negaban como si la gente fuese tonta. Ella y su madre tenían la piel extrañísima, como manchada. Nunca entendí bien. Se comentaba que su padre era gay, que la madre durante su matrimonio, los había encontrado a él y a su amante en pleno acto sexual, y que de ahí en más, había quedado mal de la cabeza. Era un rumor maldito de barrio. Ella lo único que comentaba de su padre, era que vivía en EE.UU y que le mandaba ropa carísima. Me daba pena porque la madre no le permitía hacer muchas cosas al aire libre como al resto de nosotros. Se la pasaba encerrada en esa casa haciendo quién sabe qué.
En fin, lo importante de todo esto, es que a ellas no les molestaba que pasáramos toda la noche en el muro de su casa porque tenían otra puerta que daba a la calle paralela, y era ésa la que usaban.
Ese muro, era mi muro. Sí veía a alguien sentado ahí que no fuera de mi grupo, lo miraba recelosa marcando terreno. Estaba claro, yo me lo había ganado, era una conquista. Los de una generación más grande tenían otro y los que iban creciendo, sabían que ése estaba ocupado, que algún día lo heredarían.
Ahí me juntaba con amigos a tomar vino y a hablar de la vida. Llevé a todos mis amantes. Fijé citas. Di besos endémicos. Engañé novios. Tuve sexo. Grité. Reí a carcajadas. Ahí lloré sola, lloré acompañada. Escribí. Leí y rompí cartas, rompí fotos. Tomé floripón, vomité borracha, fumé mis primeros porros mientras alucinaba con el olor a muerto, proveniente de la casa de la vecina de enfrente, que invadía al menos media cuadra. Allí vivía una veterana tupamara con trece perros y con no sé cuántos gatos. Sabía su inclinación política porque un día sacó a la calle cajas y cajas de libros y yo no entendía. Me los robé todos. Los llevé a mi casa en varías vueltas y le pregunté a mi padre por qué ella podría haberse desecho de ellos y ahí me enteré de la dictadura. Él me confesó que de joven había tenido que enterrar sus libros en el fondo de su casa. Libros peligrosos, pensé. Recuerdo haber leído partes de algunos pero tiempo después, los busqué y no estaban. Desaparecieron de mi casa. No sé qué pasó con ellos, si mi madre los tiró o qué.
En ese muro me maltrataron: me vaciaron una botella de vino encima mientras me decían puta, me dieron cachetazos, me cincharon del pelo, me escupieron. Me amenazaron de muerte. Y alguna vez, sentada ahí, hasta morí un poco. En ese lugar casi asisto al suicidio de alguien que quería mucho. Vi peleas ajenas, vi parejas pulverizarse. Presencié mis propias destrucciones. En ese muro inicié relaciones y también las terminé. Me lastimaron, herí. Escuché cosas horribles, dije cosas de las que me arrepiento.
Tengo ganas de volver.
En estos días lo voy a hacer.
Necesito sentarme en ese muro otra vez.
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adstera
samedi 15 mars 2014
El muro
Publié par Unknown
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