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jeudi 21 octobre 2010

“Oda (¿?) al mate” (Bueno che, no se me ocurrió otra cosa, ajaja!)

Después de un día feriado no pretendan una entrada despampanante (¿?) porque todavía ando media ingánica, jeje… Aparte que sería como un lunes para mí, o sea, ¡ajajaa!.

Esto que voy a compartir me lo mandaron por mail y la verdad que como todo mail en cadena ni idea de quién lo escribió, pero dicen que es de Hernán Casciari, y ni idea del título por eso lo re bauticé “Oda al mate”,  que de oda (Composición poética lírica de tono elevado, que generalmente ensalza algo o a alguien) no tiene nada, excepto que ensalza algo, y lo re nombré así porque no se me ocurrió otra cosa che, ¿y qué? Ajajajaa!

Soy de tomar mucho mate - si quieren saber que es, hacen click en ‘mate’ – este mate no, el de antes, el primero de color rosadito, ajaja! – Ok, sorry, sigo.

Decía que soy de tomar mucho mate, a veces lo hago sola (medio aburrido) pero generalmente nos sentamos con Little Sister a tomarnos unos mates y charlar de la vida, o simplemente tomamos mate y listo.

No he logrado aún que mi Retoñor tome mate, al menos por ahora, aunque yo a su edad (14)  ya era una matera vieja, porque yendo a la secundaria era una bebida obligada cuando nos juntábamos con mis amigos. Ahora estos chicos modernos no sé que toman, o al menos el mío todavía no se a “enviciado”.

En fin, basta de cháchara y los dejo con la “Oda al mate”.

 

¡Qué tengan un buen jueves, Gente!

 

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El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.

El mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo.

Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es 'hola' y la segunda '¿unos mates?'.

Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres.

Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros.

Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian.

Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara.

Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar.

En verano y en invierno.

Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.

Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das
tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo.

Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.

Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: '¿Dulce o amargo?'. El otro responde: 'Como tomés vos'.

Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba.

La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.

Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular.

Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres.

Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí.

El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.

Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solo. Pero debe haber sido un día importante para cada uno.

Por adentro hay revoluciones.

El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores...

Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena.
La charla, no el mate.

Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y es la sinceridad para decir: ¡Basta, cambiá la yerba!'.

Es el compañerismo hecho momento.

Es la sensibilidad al agua hirviendo.

Es el cariño para preguntar, estúpidamente, '¿está caliente, no?'.

Es la modestia de quien ceba el mejor mate.

Es la generosidad de dar hasta el final.

Es la hospitalidad de la invitación.

Es la justicia de uno por uno.

Es la obligación de decir 'gracias', al menos una vez al día.

Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores retenciones que compartir.

 

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