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mercredi 18 mai 2011

Antes y después.

Siempre digo que con el accidente mi vida cambió “en un vuelco”, literalmente.

Antes del accidente caminaba, después del accidente ando rodando por la vida en mi wheelchair Lengua fuera (silla de ruedas).

¿Cambió o no cambió? Yo digo que cambió 180º. Guiño

Tengo que agradecer a mis padres el haberme dado las herramientas para poder adaptarme a lo que me pasó: la Fe (soy mormona, 3º generación), actitud positiva, buen humor, mente clara y carácter (fuerte y bastante indomable, ¡ajaja! Pero mi madre supo “manejarme” sin “acabar” con mi espíritu rebelde y temerario, es decir que me tenía cortita, ¡jajá! Lengua fuera).

No fue fácil tener que aceptar que tuve un accidente donde perdí a mi madre y yo quedé media muerta, literalmente. (Minutos antes había pasado a mi hijo al auto de mi hermano ese 31 de diciembre del ‘98 cuando íbamos a Bariloche a pasar el año nuevo).

No fue fácil escuchar miles de veces que me iba a morir y que si sobrevivía, al poco tiempo igual me iba a morir porque las secuelas del accidente eran tremendas…

No fue fácil tener que dejar a mi hijo de 2 años al cuidado de mi papá, más cuando el pobre había perdido a su compañera de 30 años y le decían que su hija se iba a morir igual, aunque haya sobrevivido al accidente.

No fue fácil saber y aceptar que por la fractura de pelvis con el desgarro que produjo el hueso al quebrarse y quedar expuesto, la fractura de la cadera, la fractura expuesta de mis.pierrnasambas rodillas, la fractura de una costilla, los golpes y lastimaduras que sufrí al rebotar en el pavimento de la ruta, y otras cosas más, tendría que vivir con un ano contra natura, con incontinencia y cicatrices que a más de una traumarían, con movilidad reducida y con un futuro que ni siquiera contemplaba una silla de ruedas.

Pero a pesar de todo eso, de los meses que se transformaron en años de estar yendo y viniendo al Hospital Fernández en Buenos Aires; de las 22 cirugías entre las reparadoras y los toilettes quirúrgicos que me hacían cuando se me infectaban los huesos por las placas, tornillos y prótesis que me ponían para armarme, y los experimentos que realizaban para poder lograr tener éxito en algunas cirugías; a pesar de tener mis días negros, muy negros, en que lo único que quería era morirme para no sufrir los dolores atroces que tenía los primeros meses después del accidente, esos meses que supuestamente no iba a vivir porque me daban una semana de vida nada más; a pesar de extrañar horrores a mi hijo, el viento bajo mis alas; a pesar de todo eso, acá estoy.

Y les puedo asegurar que la Ivana de antes agradece el haber pasado todo lo que pasó después “del vuelco”, ese vuelco que dio vida a la Ivana que sobrevivió al accidente. Porque en algunas cosas sigo siendo la misma, pero en otras, soy completamente distinta y no solo porque no camino…, por ahora.

Eso sí, si bien estoy viva de milagro porque Dios estuvo ahí guiando a los cirujanos y haciendo Su parte, y yo hice la mía, nunca voy a dejar de decir que si no hubiera tenido a mi hijo Damián me hubiera dado por vencida, no hubiera tolerado los dolores que pasé, y les puedo asegurar que la angustia y la depresión habrían ganado la batalla… Porque que hubo momentos en que si no hubiera sido porque en mi mente aparecía la imagen de mi hijo de 2 años con sus ojitos brillantes, su pelo castaño, su naricita, su carita, su sonrisa de oreja a oreja cuando lo abrazaba, y su risa, yo hubiera dicho “¡BASTA, hasta acá llegué!”, y me hubiera dejado morir.

Pero no, acá estoy.

Antes del accidente veía las cosas de otra manera, creía que nunca me iba a pasar nada y que todo estaba bien… Creía que todo era fácil, y hasta aburrido, y que mi hijo y yo íbamos a tener una vida “normal”, sin sobresaltos.

Pero después del accidente realmente aprendí que nada es fácil, que hay que disfrutar de las pequeñas cosas, que cada día tengo que decidir ser feliz a pesar de todo, que nadie tiene la culpa del accidente ni siquiera Dios (es fácil echarle la culpa a Él), que tengo que agradecer que estoy viva, en silla de ruedas, pero viva; aprendí a valorar el tiempo que estoy con mi hijo más por la calidad que por la cantidad; aprendí que tengo que recordarles a las personas que si bien estoy en silla de ruedas no soy retrasada mental ni pobrecita, que solo estoy sentada, que mi mente funciona a la perfección y que estoy media estropeada físicamente, nada más, ¡ajaja! Lengua fuera

Antes y después.

Antes era feliz. Después también….

Feliz y agradecida de estar viva y de poder disfrutar de mi hijo aunque yo esté en una silla de ruedas.

Feliz aunque me cueste horrores tratar de incluirme en esta sociedad que no está preparada mental ni arquitectónicamente hablando. (Accesibilidad cero.)

Feliz aunque nadie se ponga en mi lugar. 

Feliz de poder valerme por mí misma, no totalmente, pero al menos la mayoría de las veces.

Y me da gracia que me digan que no pueden creer que me viva riendo o que me admiren por mi forma de ser y por no andar dando lástima; es más, se admiran por mi carácter jovial Desternillado de risa, y yo repito que por suerte sigue siendo igual que el de antes del accidente, porque sigo siendo rebelde sin causa, tengo mis días de furia como cualquiera, atrevida y graciosa, solo que ahora está potenciado para poder adaptarme a mi nueva vida… Risa

Así que ya saben, tengo un antes y un después, y puedo asegurarles que el después me gusta más que el antes, ¡ajaja! Lengua fuera 

Porque ocurra lo que ocurra, aún en el tiempo más borrascoso, las horas y el tiempo pasan…

William Shakespeare.

 

Y lo que no te mata, te hace más fuerte.

Nietzsche.

 

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